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miércoles, 10 de mayo de 2017

¿INDIGNADOS O RESENTIDOS 1?




CAMBIO DE PREGUNTAS 3


 “Cambiar de respuesta es evolución. Cambiar de pregunta es revolución”
                                                                                                                                                                                                                                                                             Jorge Wagensberg


¿INDIGNADOS O RESENTIDOS? (1)

La idea del darwinismo de la supervivencia del más apto, tal vez podemos enunciarla, hoy en día,  así:
“Superviven los  indignados, se extinguen los resentidos”

NUESTRA REALIDAD EMOCIONAL
A estas alturas, ya casi todos somos conscientes de que el conocimiento de las emociones es fundamental. Lo curioso es  que  en la formación que hemos recibido a lo largo de nuestra vida, ninguna se ocupara de nuestra alfabetización emocional. La educación formal estaba  enfocada, en exclusiva, a potenciar y desarrollar los procesos intelectuales y cognitivos ignorando las emociones.

Hoy la formación emocional ya no se relega solamente  el ámbito privado, al propio individuo y a la familia;  ya se ocupan de ella las escuelas, las universidades y las empresas. Y esto es así,  dado que una escasa inteligencia emocional y su correspondiente analfabetismo emocional,  genera problemas y dificultades de todo tipo en el orden individual, familiar, social, escolar y laboral.


Solemos definir a algunas personas como “nerviosas” y a otra como “tranquilas”.  ¿Quiere esto decir que existen perfiles emocionales? Cada uno de nosotros tiene su propio estilo emocional, una identidad emocional que nos  diferencia de todos los demás igual que las huellas dactilares. Este estilo emocional es el responsable, en buena parte, de  la forma, la cantidad  y la  intensidad con la que manifestamos nuestro sentir. Configura, también, nuestro bienestar o malestar.

 Nuestro sentir lo manifestamos, básicamente,  a través de las emociones y los estados de ánimo. [1] Aunque ambas cosas conllevan sentimientos son distintas. Las emociones son breves: surgen y se van en cuestión de segundos o minutos. Los estados de ánimo duran más tiempo. También se diferencian en que en las emociones, cuando  surgen,  podemos identificar el acontecimiento que provoca la emoción concreta, mientras que en los estados de ánimo es raro que identifiquemos cual es la causa que lo provoca.




Según nos dice Paul Ekman “un estado de ánimo activa emociones concretas. Cuando estamos irritables, buscamos una oportunidad para enfadarnos; interpretamos el mundo de forma que nos permita, o incluso nos exija, enfadarnos. Nos enfadamos sobre asuntos que normalmente no nos provocan enfado, y es probable que, cuando lo hacemos, la ira sea más virulenta y que dure más que si no estuviésemos sumidos en un estado de ánimo no irritable”. [2]


¿Qué conoces de tu realidad emocional?
¿Qué sabes acerca de tu propio estilo emocional?


EL VALOR INFORMATIVO DE LAS EMOCIONES


Las emociones son una gran fuente de información para cada uno de nosotros. El saber “leerlas” y aprovecharnos de la valiosísima información que nos transmiten es uno de los rasgos de la inteligencia emocional.




Si desde el punto de vista somático lo normal es que tengamos una temperatura de 36,5 grados,  desde el punto de vista mental, lo normal es que  nos  encontremos  a gusto, tranquilos, optimistas e ilusionados.

 Si las emociones que sientes son otras,  distintas y negativas, es señal de que tienes un problema que resolver. Un problema que puede estar localizado dentro  o fuera de uno mismo, o incluso en los dos sitios a la vez.
 Las emociones negativas y desagradables no solo nos indican que tenemos un problema, sino que nos invitan a tomar medidas, pasar a la acción, hacer algo para volver a un estado normal: estar sereno y satisfecho.

Las emociones son un sistema de evaluación que nos informa de nuestra realidad dándole una carga afectiva. Su función es premiar las conductas adaptativas, aquello que hacemos bien y nos favorece (lo que nos conviene) mientras que nos hacen llegar un feedback negativo cuando nuestra actuación es inadecuada (lo que no nos conviene). Si nuestros antepasados no hubiesen tenido la capacidad de aprender y recordar todo aquello asociado a sus emociones y,  a través de este mecanismo,  saber seleccionar que conductas y respuestas eran adaptativas y cuáles no, hoy no estaríamos aquí.

 

¿Sabemos “leer” la información que nos transmiten las emociones?
¿Tenemos en cuenta esta información para planificar nuestra actuación,  nuestras acciones y comportamientos?




LA INDIGNACIÓN: LA EMOCIÓN DE MODA

Hay bastante unanimidad, por parte de los expertos, en indicar que la indignación es una  emoción “vitalizadora”,  vinculada a la  percepción de injusticia y a la ira.

La injusticia atenta contra la sociedad que tenemos montada. Sin justicia no hay libertad.


“Todos somos siervos de la ley para poder ser libres” nos dice Cicerón.
 Si a esto añadimos los que nos decía Pericles de que la libertad tiene que estar unida a la valentía, es fácil comprender actualmente que la indignación esté muy presente en nuestra  sociedad.

La ira es una de las emociones básicas. Las emociones básicas o primarias, son muy visibles y están muy definidas. Aun cuando hay varias clasificaciones de las mismas, Damasio menciona las siguientes: miedo,  ira, asco sorpresa, tristeza y felicidad. [3]

Son universales, fácilmente identificables en personas de diversas culturas, y también en animales. Es decir, están presentes en diversas culturas, en diversas especies y en la especie humana en los niños y en los adultos.

Son las más representativas de lo que entendemos por emociones y fue su estudio el que proporcionó la base para el desarrollo de la neurobiología de las emociones. Las expresamos a través del lenguaje no verbal y las podemos identificar en otra persona en décimas de segundo.


Las emociones básicas o primarias tienen un carácter adaptativo. Cumplen una función natural. Así, por ejemplo, cuando sentimos miedo, es que anticipamos una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre e inseguridad. Entre otras muchas cosas que nos suceden, nos ponemos pálidos dado que la sangre se retira del rostro, dirigiéndose a los músculos y piernas. Es decir, se prepara el organismo para dar una respuesta de huir o luchar.



Con  la ira, sentimos rabia, enojo, furia e irritabilidad. La sangre fluye a las manos y se incrementa el ritmo cardíaco y el nivel de adrenalina. Se prepara el organismo para realizar una acción  enérgica, destructiva.

Debemos considerar aquí dos cuestiones. La primera, que conservamos las mismas emociones que nuestros más remotos antepasados. Apenas han variado a lo largo de la evolución. La segunda, que  lo que sí ha evolucionado es la forma en que las manifestamos y, también, la forma en que las satisfacemos.  Podemos sentir ira hacia un compañero de trabajo y no por ello atacarlo hasta seccionarle la yugular.



Las emociones son un mecanismo de alarma que se dispara cada vez que se presenta ante nosotros una situación peligrosa o crítica. En situaciones extremas toman el control y deciden qué acciones son ejecutadas de forma impulsiva sin dejar intervenir ni la voluntad ni la razón. Se produce un “eclipse mental”: reacción emocional inmediata y muy fuerte que provoca una serie de respuestas tales como paralización, huida, ataque, etc. Nuestros antepasados, los primeros humanos, confiaban en estas reacciones para sobrevivir cuando se enfrentaban a un peligro. Darwin sostenía que somos los descendientes de los antepasados que utilizaron la reacción con éxito y sobrevivieron, a diferencia de los que no lo hicieron. Esto nos trajo hasta aquí, con unas emociones que nuestros antepasados seleccionaron muy bien pagando un alto precio en ese aprendizaje. Y aquí estamos nosotros con unas necesidades emocionales y una lógica de las emociones.






 Considerada desde el punto de vista individual, los psicólogos del desarrollo que  estudian la ira, saben que la situación más típica para provocar ira en los niños es sujetarles los brazos de forma que no puedan soltarse. La interferencia física es uno de los desencadenantes más eficaces de la ira.

Nos pasa a los adultos: cuando alguien interfiere en lo que queremos hacer y si resulta que esta interferencia es a propósito, no accidental ni solicitada, aumenta nuestra ira.

Otro de los desencadenantes de la ira es cuando una persona, especialmente si está en nuestro círculo que personas queridas, nos decepciona con su comportamiento. Un motivo de esto es el que estas personas nos conocen íntimamente y saben de nuestros temores y debilidades, y lo que más puede herirnos.

Hay otros desencadenantes,  distintos para diferentes personas y,  también, sostiene Ekman, “distintas posibles causas de la ira no provocan la misma intensidad ni tipo de ira. (…) “es importante que la gente se plantee cada uno de estos elementos como un desencadenante y que determine cuál de ellos es el más potente, el más sensible, respecto a su propia rabia”. [4]

Considerada desde el punto de vista social y colectivo, la indignación es una emoción generosa por el hecho de que se relaciona con el mal realizado a otros. Y es una emoción moralizadora por el hecho de que su desencadenante suele ser algo injusto.


Sentir indignación requiere que previamente nos sintamos dignos. No somos puros animales, sino que nuestro proceso de humanización supuso una larga y fuerte lucha para constituirnos como una especie noble y regida por normas justas. Si estas normas justas se saltan, nos sentimos humillados, ofendidos, despreciados y no reconocidos como seres que tenemos unas aspiraciones legítimas. Toda alteración de lo justo provoca una respuesta sentimental de indignación.

Con todo el esfuerzo que supuso combatir la miseria, la ignorancia, el miedo, el dogmatismo y el odio. Con el precio que muchos han pagado para dotarnos a los demás de una serie de derechos. Con el atroz desmantelamiento  de muchas de las mejores ideas y proyectos que los hombres se habían dado a sí mismos. Con  todo lo que nos está sucediendo, se crea un  ambiente  que nos intoxica a todos y nos hace, en parte,  colaboracionistas por dejadez.


¿Estamos  perdiendo la función adaptativa de las emociones?
¿Será que hemos desvirtuado la indignación llegando está a ser generadora de una ira farisaica?



RECONOCIÉNDONOS DIGNOS

La indignación parte de un antecedente que es el de reconocerse como digno de algo, merecerlo.
¿No merecerá un joven tener un derecho a la educación holística que lo prepara para la vida? 

¿No merecerá un enfermo tener derecho a la asistencia médica? 

¿No merecerá un adulto el poder planificar su vida de acuerdo a las leyes existentes y saber que estas no serán cambiadas arbitrariamente? 

¿No merecerá un viejo cobrar una pensión que no pierda poder  adquisitivo para la cual cotizó largos años?

 ¿No merecerá…?
“La indignación aparece cuando algo que considero mío, porque lo poseo o porque lo merezco, me es arrebatado o no me ha sido dado nunca” [5]   
La indignación es la respuesta adaptativa ante la injusticia. Es necesario recuperar la esencia de la indignación como emoción adaptativa.

“¿Por qué?. Preguntará tal vez un lector estricto. Porque si no lo hace se caerá el edificio. ¿Por qué tenemos que tener derechos y respetarlos? Porque, de lo contrario, no tendremos felicidad pública, ni paz, ni justicia, ni libertad. La historia de las invenciones morales había llegado por muchos caminos a esta conclusión.” [6]
 Si no lo hacemos así,  acabaremos en el  resentimiento (no adaptativo), el cual, en palabras de Scheler “Es una autointoxicación psíquica que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones normales y pertenecientes al fondo de la naturaleza humana” [7]   
Al resentimiento dedicaremos la próxima entrada de este blog. Anticipar hoy, sobre el mismo,  una frase de Nietzsche:

“El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud”


¿Qué información nos está trasmitiendo la indignación?
¿Qué acontecimientos provocan esta indignación?
¿Cómo utilizamos esta información para determinar las  acciones adecuadas que nos permitan  volver a un estado normal de serenidad y satisfacción?

¿Estamos respondiendo de forma adaptativa a la indignación que sentimos?




Referencias bibliográficas

[1] IGLESIAS RODRÍGUEZ, Julio.: Variables y reguladores del estado de ánimo. Edición Digital. Vigo 2005.

[2] Ekman, Paul.: ¿Qué  dice ese gesto? RBA Integral. Barcelona 2004, p.75

[3] Damasio, Antonio R.: Y el cerebro creó al hombre. Destino. Barcelona 2010, p. 194.

[4] Ekman, Paul.: ¿Qué  dice ese gesto? RBA Integral. Barcelona 2004, p.149

[5] MARINA José Antonio y LOPEZ PENAS Marisa.: Diccionario de los sentimientos. Editorial Anagrama, S.A., Barcelona 1999,  p.199

[6] MARINA, José Antonio y DE LA VÁLGOMA María (1999): La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política. Editorial Anagrama, S.A., Segunda edición. Barcelona 2001,    p.213

[7] SCHELER, Max.: El resentimiento en la moral. Editorial: S.L. CAPARROS EDITORES. 1993